Al ritmo frenético de los carros que transitan las vías de la ciudad, late el corazón de Ana mientras espera noticias del médico. Lleva dos horas sentada afuera del quirófano preguntándose por su hermana Sofía. Todo empezó esta mañana, cuando Ana estaba en su trabajo, allá en la editorial de Florentino. El teléfono sonó con más volumen de lo habitual; eso ya decía algo. Ella decidió tomarlo al segundo timbre, informaban de Sofía inconsciente en el Jardín, ahí no más a dos pasos de su casa; parecía no estar respirando y se le veía más pálida de lo habitual.
Sofía era una mujer carismática de treinta y dos años, alta, con tez blanca y grandes pómulos; sus ojos eran de color azul verdoso, y tenía el cabello lacio y color chocolate. Parecía ser muy sana excepto por sus habituales alergias a algunos alimentos. Cuando Ana oyó tal noticia, salió inmediatamente en su mini-cooper rojo carmín a toda velocidad. Su hermana era lo único que tenía en todo el mundo; habían perdido a sus padres desde los doce años y desde entonces pasaron de refugio en refugio hasta ser totalmente capaces de vivir por sí solas. No tenían familia cerca de donde vivían; en Florentino, un pueblito escondido al sur de Noruega.
Mientras más pasaba el tiempo, más pensamientos se movían y removían en la cabeza de Ana como un torbellino. Llegaban recuerdos, suposiciones, tristezas, entre otros; y cada vez se sentía más expuesta al mundo que la rodeaba, se mareó, y decidió tratar de dormir un poco ya que Sofi no iba a salir pronto, aún no había respondido.
Cuando Ana despertó, justo en ese momento, cuando ningún pensamiento es claro y todo parece el kilómetro cero de una carrera, vio a Sofi a través de un cristal hablando con alguien con aspecto de enfermero, nada parecía tener sentido. Miró a su alrededor, las paredes del aparente cristal eran altas y tenebrosas, estaba acostada. Intentó tomar un papel que se encontraba cerca de su cama en una mesita redonda, no pudo. Sus manos no respondieron, sintió miedo, movió su cabeza y miró su cuerpo, estaba inmóvil.
¿Dónde estaba? ¿porqué estaba tan confundida y de repente una caja de cristal la contenía?
No recordaba porque estaba allí, no sabía porque su cuerpo no podía moverse.
Intentó llorar y la realidad la detuvo; intentó cerrando sus ojos de nuevo y pudo despertar de aquel mal sueño.
Corrió a buscar noticias de Sofi que había muerto hace dos horas. Lloró desconsolada y de repente se sintió como en aquel sueño: inmóvil, absurda, sin vida; la había perdido. Lloró más y más hasta que no sintió no poder más y salió de aquel lugar; tomó el primer tren que se atravesó por ahí, no le importó a donde iba.
Se sintió cansada y durmió. Ya habían pasado cuatro horas desde entonces, se bajó en la estación en la que el tren se detuvo. Miró a su alrededor y no sabía donde estaba, había muchos árboles; de hecho, lucía como un bosque y a lo lejos, vio una sombra que poco a poco se pareció a una figura humana.
Se estaba acercando y Ana sintió miedo, era una mujer, ya estaba casi a un metro. Ana se cubrió la cara y se sentó detrás de un roble; calculó que pasaron quince minutos y al fin decidió dejar de cubrirse y ver, puesto que no había oído llegar a nadie; pero cual sería su sorpresa al reconocerse a sí misma en el otro rostro, y mucho más cuando tuvo plena conciencia de que hace mucho no se encontraba.
No fueron cuatro horas las que pasaron en aquel tren. Habían pasado ya cuatro años desde la muerte de Sofi. Al fin Ana podía empezar de nuevo, ya se tenía a sí misma.